El pasado domingo, 24M, presencié una de las imágenes más típicas de los días de elecciones en mi madrileño barrio. Un señor de unos 50 años, vestido con traje de chaqueta y corbata, el pelo engominado hacia atrás y un bigote que te recuerda a épocas pasadas (y menos mal que pasadas) empujaba de la silla de ruedas de una señora anciana, arrugada, con ropa añeja y la cabeza caída. Sus pocas fuerzas no la permitían mantenerla erguida.
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