Víctor García era un joven de 21 años. Si por algo se había distinguido desde muy joven fue por su compromiso social, por su espíritu de activista, pero no de los ratón y tecla fácil, sino de los que se baten el cobre en las calles, luchando contra las injusticias. Su madre Consuelo, desde la distancia en Galicia, hacía semanas que no pegaba ojo con estos tiempos convulsos.
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