Hans Beck tenía algo de Geppetto. Una mañana encapotada de 1958 –casi todas lo eran en Baviera-, se presentó con un cartapacio bajo el brazo en la factoría Geobra de Zindorf. Superviviente por los pelos a la guerra, la fábrica generaba riqueza y empleo en la comarca de Nuremberg desde hacía décadas. Beck aspiraba a un puesto vacante. Hizo la entrevista y congenió al instante con el dueño, Horst Brandstätter: el trabajo era suyo.
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