Entonces sacó una foto que recordaré toda mi vida. De carné, un poco más grande. En ella se veía a un señor antiguo, con bigotito fino, que yacía en el suelo con un tiro encima de la sien izquierda y un reguero de sangre que le llegaba a la nariz. Dijo Joaquín: “Este es mi padre, fusilado en las tapias de La Almudena por Santiago Carrillo. Ha sido un honor estar con él y servirte a ti, presidente”. Ese hombre había entendido perfectamente el espíritu de la Transición.
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