A Irene Montero, las miradas lascivas le parecen una agresión. Como hipermétrope que soy, doy gracias al cielo por ser mujer. De ser hombre, de tener entre mis piernas un miembro con autonomía para la erección, estaría temblando. Porque yo, independientemente de la tensión sexual o la atracción que sienta por el otro, a todo aquel que se encuentra a menos de tres metros de mí, lo miro con lujuria. En realidad no es lujuria, aunque lo parezca: yo cuco los ojos, intensifico la mirada, aproximo el torso, porque soy una cegarruta...
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