Antes de quitarse la vida, en julio de 2017, Jean-Michel Lambert advirtió en su carta de despedida: “No se conocerá jamás la verdad”. El que fuera el primer juez de instrucción del asesinato de Grégory Villemin, el niño de cuatro años hallado muerto, atado de pies y manos, a la orilla de un río en Los Vosgos, en el noreste de Francia, el 16 de octubre de 1984, no había podido soportar que, tres décadas más tarde, se reabriera una vez más el caso jamás resuelto que destruyó su carrera y la de otros juristas.
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