En 2016, a unos 60 niños se les diagnosticó este síndrome que deja a sus víctimas totalmente pasivas, inmóviles, sin poder beber, comer y ni siquiera hablar, en algunos casos. Los médicos opinan que se trata de una manifestación de su miedo ante un posible regreso a sus países de origen, donde podrían sentirse inseguros y deberían adaptarse a una nueva sociedad.
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