Antes, mientras el odio no desembocara en un acto reprobable, la sociedad aceptaba el “derecho a odiar”, entre otras razones, porque los sentimientos, buenos o malos, forman parte del ámbito privado de la persona. Y, quién más, quién menos, todos albergamos malos sentimientos en algún momento de nuestra vida sin que por ello provoquemos una tragedia.
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