Olvidemos las zapatillas voladoras y la ropa metalizada. El futuro ya está aquí y es una mierda. El salario mínimo es de 655 euros, respiramos humo sólido y el jamón serrano lleva leche. La ciudad nunca duerme, pero no en el sentido de urbe que rebosa vida y subidón. Estamos en un futuro distópico de jornadas de trabajo que terminan cuando a algún jefe tirano le sale de las pelotas, gimnasio a medianoche y bebés que son entregados a los cuatro meses, sin entender nada, a la fría institución de la guardería. La buena noticia es que ahora, para p
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