Uno no desinstala el Telegram o el WhatsApp, no se libera del móvil-oficina (tampoco desaparece de la cabeza), no solo porque sea condición tenerlo enchufado; no lo desinstalas porque tienes tu vida ahí, porque es con el móvil con quien más horas pasas. Pareciera que no se puede desvincular la vida de la producción, hacerlo supondría desinstalar toda la construcción relacional de las vidas.
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