"El artisteo decía que los censores se ataban un lápiz rojo al pito y que, cuando este se ponía tieso, tachaban el guion con el lapiz rojo". Vicente Romero recuerda esta anécdota sobre la censura en el franquismo que refleja que el humor fue un arma y un escudo tanto dentro como fuera de la pantalla. "La omnipresente figura del caudillo era una tentación imposible para la ironía de los cineastas, mientras por calles y platós iban de boca en boca los chistes más crueles sobre él", escribe el periodista madrileño en Los señores de las tijeras. El
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