Las redes sociales y la tecnología cotidiana, con su facilidad de romper la frontera entre lo privado y lo público, muestran del modo más agresivo nuestra barbarie. Ya vemos en público lo que antes era un cotilleo en el estiércol particular. Que se recuerden al mismo tiempo, en las pantallas de los móviles, los versos de Miguel Hernández, llegados de un mundo sin consumo y sin telebasura, me da una excusa para pensar que la dignidad humana busca también su hueco en el futuro.
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