Los afganos aman las flores, a pesar de que no tienen agua para regarlas. Si un mujaidin, uno de esos guerreros musulmanes que pelearon contra los soviéticos y los talibán, va a una casa de fotografía para retratarse, tiende a posar con un buqué de flores de plástico, y tras él suele haber un telón de fondo pintado con campos de flores. Cuando en 2001 volví a Afganistán y vi al mullah Naquib, un sacerdote musulmán, recuerdo sobre todo un jardín de flores en medio de un terral dentro de su casa.
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