Una mujer llora en la sala grande del Museo Nacional de Bellas Artes. No una lagrimita, no un surco de agua sobre la mejilla: llora con fuerza, en silencio pero con buen caudal. Podría estar frente a otra obra, pero está saliendo de una especie de cuartito. Adentro -quietas, congeladas, pero tan cerca unas de otras que sus significados estallan- hay una serie de figuras. Hay sangre.
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