Es posible que quien acuda al Museo Nacional de Escultura con conocimiento de causa se lleve una pequeña decepción cuando termine su recorrido sin haberse topado con esta escultura, una de las joyas más valiosas del barroco castellano y a la que podría calificarse sin vergüenza alguna como “el David de madera”, pues además de una escena de la Pasión, representa un determinado ideal de belleza masculina de proporciones casi perfectas. El motivo de esta ausencia es bien sencillo: la talla no se encuentra allí, sino en casa de sus propietarios.
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