“Ni Las Vegas, que tanto suena en el mundo de la diversión, puede presumir de un mayor número mayor de bailes en marcha cada noche”. A finales de los sesenta, Mallorca contaba con 117 salas de fiesta –más que Madrid y Barcelona juntas– mientras se erigía en paradigma de la modernidad y en escenario de profundos y acelerados cambios sociales. A la par que la isla veía consolidarse el turismo de masas, la noche mallorquina era testigo de la aparición ininterrumpida de locales de ocio nocturno.
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