A principios del siglo XIX, los naturalistas expedicionarios tenían un serio problema a la hora de enviar plantas exóticas vivas a los jardines botánicos europeos. Estos cargamentos eran económicamente valiosísimos (recordemos que por aquel entonces las plantas tropicales eran la principal fuente de innovación agrícola o farmacológica), sin embargo, tenían una tozuda tendencia a morirse durante las travesías transoceánicas. Enviar especímenes secos era importante, pero ningún descubrimiento podía traducirse en un negocio rentable si las plantas
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