La delincuencia es buena para la literatura; en el caso de Edward Bunker (1933-2005), criminal y escritor, lo fue. Solo era un niño de Los Ángeles cuando entró en su primer centro de acogida, pasando de uno a otro hasta que aprendió todo lo necesario para más tarde acabar en correccionales y al fin en las prisiones más horribles de Estados Unidos, como Folsom o San Quintín, ambas en California.
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