A finales de 1938 el avance del bando nacional en la Guerra Civil española, que iba ya para dos años, era imparable. Con la ciudad de Madrid sitiada hasta el extremo y el ejército republicano exhausto perdiendo terreno y fuelle cada día que pasaba, la victoria de los sublevados era cuestión de tiempo. Tras la cruenta batalla de Brunete, en la que las bajas por ambos lados superaron la dolorosa cifra de 40.000, los nacionales habían desbloqueado la difícil sierra oeste de Madrid, una zona de alto valor estratégico durante el conflicto.
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