La cosa sonaba tan futurista y hasta tal punto parecía sacada de una novela de Asimov, que si la modernidad no había llegado ya con los Beatles o el paseo lunar de Armstrong a la fuerza tenía que hacerlo con aquello. En 1980 EEUU y la URSS se batían el cobre por ver quién de los dos fabricaba primero un “rayo de la muerte”, un chorro de energía o de partículas atómicas que significase —y así lo apuntaba la prensa de entonces— el “jaque mate” definitivo en el tablero de la Guerra Fría.
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