Durante décadas, hemos sabido que los monjes franceses domesticaron al conejo en el 600 DC. En ese momento, el papa Gregorio había decretado que los cristianos podían comerlos durante la cuaresma, porque técnicamente no eran carne. Los monjes comenzaron a mantenerlos cerca, y después de milenios de crianza selectiva y domesticación, finalmente se convirtieron en los conejitos esponjosos que brincan alrededor de nuestras casas hoy.
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