Verano de 1957. El soldado Robertson se encontraba apostado junto a sus compañeros en algún lugar del desierto de Mojave. Equipados con un chaleco especial, guantes y gafas protectoras, los chicos del primer batallón del 12º de Infantería esperaban contemplar su primera explosión nuclear desde la lejanía, pero el impacto fue mucho más potente de lo que esperaban. “Muchos de nosotros rodamos por el terreno como pelotas de fútbol”,.
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