Cuenta una leyenda que a la muerte de Ulises los gobernantes de Ítaca le negaron dedicarle el ágora. La razón esgrimida ante el solicito pueblo fue que en la lápida no podían escribir la manida frase de toda una vida dedicada a lo mismo. Desde entonces Ítaca fue burda, porque la zafiedad de los gobernantes se define por sus simplezas. Una de las manifestaciones más netas del patán con poder es su zozobrante querencia por dedicar a personas cualquier elemento de la vía pública, desde una plaza a una farola.
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