A finales de los 60, la compañía Raytheon había contratado a un pequeño ejército de mujeres para su división de electrónica. Algunas eran antiguas trabajadoras del sector textil, otras tenían experiencia en la fabricación de relojes, pero todas ellas compartían una gran responsabilidad. De su trabajo dependía en gran medida el éxito o fracaso del primer alunizaje de la historia. Su misión: tejer la memoria del ordenador central del Apolo.
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