Durante la larga noche de piedra del franquismo solo se admitían adictos y las medias tintas eran más que sospechosas. En los años de plomo en el País Vasco, equidistante era de lo mejor que te podían llamar, dentro de lo peor. Ahora la equidistancia se ve como una suerte de funambulismo ético, un cable para ir de un lugar elevado a otro por el que atravesar haciendo equilibrios para no caer en el barro.
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