Hay palabras como «peseta», «tamagochi» o «mariconera» que desaparecen simplemente porque el objeto al que se refieren ya no existe. Esto no resulta traumático, pero sí que otras igualmente preciosas se evaporen incluso cuando los objetos, acciones o cualidades que designan sigan entre nosotros. Muchas de las que se fueron, o están a punto de hacerlo, se las escuchamos a nuestros padres o abuelas, a literatos ilustres o a personajes no tan brillantes. Sabemos que es imposible resistirse a la inexorable desaparición de las palabras, pero algunas
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