Tener un mal día en el trabajo es algo normal para cualquiera. El problema en el caso de los músicos es que una jornada torcida puede acabar degenerando en algo muy anormal para el ciudadano medio: en un desastre presenciado por cientos, miles o millones de personas. Es lo que tiene la vida del artisteo. Un día se te escapan los gallos del corral para destrozar el estribillo y otro patinas en una nota, falla el equipamiento, te riegan con orines, se desata una batalla campal en las gradas o te secuestran en Indonesia.
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