Todos somos víctimas, en mayor o menor medida, de la disonancia cognitiva, es decir, de las contradicciones psicológicas que, en aras de evitar que nos resulten incómodas, obviamos alegremente, demostrando que el ser humano no ha nacido para hacer gala de una gran coherencia en sus argumentos. Por ejemplo, los fumadores que saben que fumar mata pero continúan fumando mantienen al unísono dos elementos cognitivos (ideas, actitudes o creencias) que a menudo son contradictorios.
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