Veinte años después de la matanza, el genocidio sigue sin reconocerse y más de 800 criminales de guerra aún permanecen en libertad. Smajevic Behara sonríe ante la tierra abierta. Está sentada frente a la fosa donde será enterrado su marido en unas horas, contenta de poder darle finalmente sepultura 20 años después de que fuera asesinado por el ejército serbobosnio en un pueblo cercano a Srebrenica, al nordeste de Bosnia. Le faltan los pies y algunos huesos de las manos, pero cree que no tiene sentido buscarlos, ya ha esperado demasiado tiempo.
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