Durante varias décadas ha sido un misterio sin resolver entre expertos y entusiastas de Antiguo Egipto, una de las civilizaciones más antiguas y duraderas del mundo. A primera vista, parece normal: el paso de miles de años hace inevitable que cualquier monumento o artefacto se desgaste. Pero ¿por qué había tantas estatuas pristinas a las que lo único que les faltaba era la nariz? Quizás porque, al fin y al cabo, si algo se va a romper es ese prominente órgano.
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