El día de su estreno al frente de la primera potencia mundial, Lyndon B. Johnson tomó una decisión que le mostraba sabedor del reto que tenía por delante: el flamante presidente de los EEE.UU. mandó instalar teléfonos en todas y cada una de las estancias de la sede presidencial, WCs incluidos. Hasta estaba dispuesto a trabajar en el baño. Ni las necesidades más perentorias le impedirían atender las llamadas ni cualquier otra tarea ligada a su papel como nuevo líder mundial. Por falta de dedicación no iba a ser.
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