Cuando llega el verano la gente busca primera línea de playa. Si hay playa. A los que están condenados a pasar calor en la ciudad solo les queda buscar el agua encastrada entre cuatro paredes. Pero el olor a cloro de las piscinas no impide que emerjan como un oasis en medio del palmeral de edificios plantados sobre el asfalto. Un suelo que puede hacerse interminable para 750.000 madrileños que no tienen en su distrito una instalación de verano. Son barrios en segunda, o tercera, línea de playa.
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