El negocio del deseo encuentra en la pornografía su manifestación más honesta. Mientras en la serie Juego de tronos se programan dos escenas de sexo casi explícito por episodio o en los supermercados se contrata siempre de cajera a la más guapa –y los espectadores y clientes creen que les encanta esa serie y hacer cola en ese supermercado-, el porno deja las cosas claras desde el principio: va a jugar con nuestras frustaciones para hacer dinero.
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