Son las cinco de la madrugada. El frío parece haber petrificado a las pocas personas que pueblan la recoleta plaza de Santa Ángela. La mesura de la noche se ve rota ligeramente por el jaleo de unos carros de la compra arrastrados sobre pavimento de adoquines y el leve cuchicheo entre los presentes para organizar una fila con algo de diligencia. Tras una escueta conversación a base de gestos, la decisión no es otra que la de ir dejando los carros en línea, unos tras otros. En ese impasse ha llegado más gente embozada en sus abrigos
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