Abrir un restaurante es una gesta casi heroica. Una insensatez, opinan algunos. Cavarse un pozo sin fondo de deudas y más deudas, económicas y personales. Pero esto de la restauración, dicen, es un virus contagioso al que, en España, le sobran víctimas. Contra todo pronóstico, el francés Antoine Deregnacourt decidió mudarse a La Coruña (Galicia) a principios de los 70s para abrir su restaurante, el O Bistro. Su objetivo: hacerse rico. Y lo consiguió.
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