Estaba estresada en el trabajo y comenzó a interesarse por temas de meditación budista y de reiki. Se apuntó a varios cursos y comenzó a meditar en casa hasta que un amigo le comentó que podía hacerlo de forma grupal. Raquel (nombre ficticio) decidió probar. No sabía entonces que se adentraba en un infierno del que no saldría hasta casi una década después, dejando por el camino a parte de su familia, amistades y unos 60.000 euros que ella fue donando «voluntariamente» a la causa.
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