Yo dejé de “creer” en platillos volantes -como también en otro tipo más respetable de seres extraterrenos- relativamente pronto, cuando hacia los doce o trece años leí La tragedia de la luna de Isaac Asimov y volví a ver en vídeo la serie Cosmos de Carl Sagan. Me imagino que gran parte de mi generación y de las precedentes experimentó un parecido proceso de extrañamiento hacia el fenómeno.
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