En todas partes hay un tonto; si miras alrededor y no lo ves, ponte en lo peor.
En mi casa nacimos todos con mala sombra. ¿Quiere un ejemplo? Yo creo que el mejor es el del tren de Navidad.
En casa éramos once hermanos, como ya dije. Entonces, un accidente se convirtió en un inesperado golpe de suerte para todo el pueblo. En la curva de las Posadas había descarrilado un tren de mercancías y la carga de uno de los vagones estaba desperdigada por el suelo.
Para cuando llegó la Guardia Civil, ya había desaparecido sin dejar rastro el contenido del vagón volcado.
Algunos cogieron azúcar, aceite, o mantequilla. Nosotros conseguimos coger dos cajas, y no de las más grandes, ¿y qué se cree que tenían? Pues una cepillos para limpiar el calzado, peines, calzadores y betún; y la otra, pintura blanca.
Mi padre estuvo meses pensando si intentar vender aquellos cepillos, pero como no quería que los señalasen como procedentes del saqueo, hasta el día de hoy queda alguno de esos peines, y cepillos, ¡cago en su alma!
Y con la pintura blanca, pintamos la casa, que tenía ya buena necesidad. Los que habían cogido cosa de comer nos miraban con una mezcla de compasión y rechifla, pero sólo algunos, unos pocos, compartieron algo de lo suyo.
Pero lo peor de todo fue cuando después de pintar la casa vinieron todos los perros y los gatos del pueblo a lamer las paredes. Porque no era pintura, sino leche en polvo, pero a nadie se le había ocurrido que existiera una cosa así.
¡No me diga que no es mala sombra!