No esperaba el 23 de enero de 1928 convertirse en día de lidia. Pero pronto en la mañana, pelando aún de frío, habrán de improvisar faena torera y acabarán cantando «vivas» y «oles» en plena Gran Vía. En su camino hacia el matadero, un toro sensacional huye de su suerte. Arranca la res, que no parece gato, zumbando paseo abajo. El pavor se alza en vuelo por las calles. Gritos, espanto, aspavientos. Por la cuesta de San Vicente avanza un miura de magnífica embestida.
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