Manuel Monteserín está embriagado de euforia. Es enero de 2016 y acaba de volver a Madrid de un viaje a Kaohsiung, la segunda ciudad de Taiwán, donde supervisa la construcción de la Ciudad del Pop que lleva su firma. No hace tantos años, Monteserín era un arquitecto en paro en una España donde el único futuro posible parecía estar en las pistas de despegue de Barajas. Una mañana Beatriz llama a Manolo, como le suelen llamar sus amigos. «Echa un vistazo a esto». Era un concurso para construir La Ciudad del Pop en Kaohsiung.
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