Considerando que, desde 1919, año en el que se estableció la jornada de ocho horas, la productividad ha crecido entre 500% y 600% en promedio en el mundo, resulta absurdo que hoy se nos exija seguir trabajando ocho horas. Y peor aún, que se prolongue la jornada de trabajo hasta doce o catorce horas. Esta desproporción hace que se mantenga el desempleo y, como consecuencia de ello, la pobreza. Además, nos despoja del tiempo libre al que tenemos derecho. Por si fuera poco, genera un gigantesco excedente de capital que se dirige a la especulacion.
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