"Al fin dimos con la playa de mis eternas fantasías tropicales. Estaba adecuadamente flanqueada por cocos y por barcas pesqueras de madera, ancladas. Acuclillado al borde del mar había un hombre, seguramente atareado en alguna vieja costumbre popular marinera. Me acerqué con el saludo en los labios. El hombre, al advertir súbitamente una presencia extraña, se volvió con una mirada de horror, se cubrió las vergüenzas y salió a toda velocidad. Entonces descubrí cómo eran allí los inodoros."
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