Luis Ramiro Álvarez, un delineante de 29 años, consultó la semana pasada Internet en el estudio de ingeniería en el que trabaja. Tecleó en Google el nombre de su padre, de quien no sabía nada desde hacía cuatro años. Lo encontró en una lista de fallecidos. Averiguó que había muerto seis meses antes en un hospital y que lo habían enterrado en la zona de caridad del cementerio sur al no hallar a su familia.
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