Los
elegidos aprovechan su limitado turno para intentar lanzar el mayor número de preguntas posible. El político en cuestión las escucha con atención, las anota, e incluso pide que le repitan alguna que no ha oído de forma adecuada. Y en cuanto un periodista termina de lanzar su perorata, llega un responsable de prensa y le quita el micro. Con sólo este gesto despojan al plumilla de uno de los recursos más preciados en la profesión: la posibilidad de repreguntar. Relacionada:
menea.me/wb8i