En su segundo día de visita de Estado al Reino Unido, el Papa cambió el puño de hierro de la víspera por un guante de seda. Si el jueves se echó por las bravas a la yugular del ateísmo, al vincularlo con el nazismo, ayer ofreció su faceta más intelectual y reflexiva al abordar lo que en realidad es un solo debate: el papel de la religión, que él ve empujada a los márgenes, en sociedades como la británica, cada vez más seculares.
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