Hasta finales del siglo XX, la mayoría de los jóvenes podían dar algo por sentado: cualquier cosa vergonzosa que hicieran se olvidaría con el tiempo. En la era analógica, incluso aunque se tomara una foto de un mal corte de pelo, o de alguien que se emborracha y vomita en una fiesta, la probabilidad de que la imagen se reprodujera y que circulara durante años era mínima. Lo mismo pasaba con los comentarios estúpidos u ofensivos. Al llegar a la universidad nadie creía que sus momentos embarazosos del instituto le seguirían persiguiendo.
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