La batalla del lenguaje es la primera que las potencias bélicas quieren ganar. Las guerras van más allá de los misiles, los soldados y las trincheras. Las naciones que adoptan una actitud imperialista, como es el caso de Rusia, imponen su decálogo con el objetivo de adormecer a la población. Este somnífero al pensamiento resuelve los problemas de los mandatarios, que eliminan la posibilidad de tener que lidiar con la mal llamada «indisciplina» de los habitantes.
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