Alan Moore es un tipo audaz. Siempre lo ha sido. De hecho, al aproximarse a un territorio narrativo que empezaba a ser un espacio tranquilizador y domesticado –me refiero al cómic de superhéroes de los primeros ochenta–, Moore decidió que era la hora de –metafóricamente– sacar el cuchillo y ser implacable. A esa valentía del guionista debemos alguna que otra obra maestra. Por ejemplo, ésta que hoy les traemos.
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