En 2009, en plena vorágine de la crisis del sector del automóvil (y de otros sectores, sí), en lo que se conoció como “el carmagedón”, recuerdo escribir “el fin de Chrysler”. En aquel artículo hablaba de la decadente situación de la firma norteamericana, sin recursos económicos, con millones de deuda acumulada, con proveedores que no querían darles material para construir coches, y con una gama de producto que no estaba a la altura de las circunstancias para recuperarse.
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