Una tórrida mañana de agosto de 2014, uno de los vigilantes jurados que patrulla las ruinas de Pompeya oye un gemido en las Termas Suburbanas. Tratando de no pensar en historias de fantasmas, aparta la cortina que protege el tepidarium y se topa con tres jóvenes desnudos, dos mujeres y un hombre, a punto de embarcarse en un trío bajo la atenta mirada de los frescos eróticos de las paredes. Si yo hubiera sido el guarda habría preguntado si podía unirme a la fiesta, pero incomprensiblemente la juerga acabó en comisaría.
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